lunes, 23 de mayo de 2011

No piden la luna





Quién nos iba a decir a estas alturas del partido que debajo de los adoquines era verdad que estaba la playa, que cualquier noche puede salir el sol, y todavía nos queda el París de Madrid en este mayo que no tiene el alma muerta y hoy siente bullir la sangre. Los hijos que sí tuvimos no se esconden ya en las cloacas y adivinan que ya tendríamos que haber dicho basta, que haber dicho no, que haber tirado de un lado y de otro de esa estaca podrida que nos habíamos clavado nosotros mismos en el pecho de nuestros sueños.

Ladran porque cabalgan, jinetes del futuro al sol y a la luna. Les han sacado los colores a la izquierda. Por ellos, la derecha saca de nuevo los colmillos. Les han dicho de todo y nada bonito. Nos han dicho de todo y con verdades de ingenio como puños que quizá ya nadie alza.

Son jóvenes en su mayoría, esa generación ni-ni a la que siempre hemos acusado, los que nos atrevimos a nada, los que en seguida nos plegamos al conformismo y a la esclavitud de los relojes y las nóminas, de vivir una vida muelle, una vida fácil. Nosotros, que ni siquiera podíamos contarles, como nos contaron nuestros padres, batallitas de lo dura que fue la vida en la posguerra. Los hemos malcriado y esperábamos, quizá, que los gritos de su silencio vinieran a disimular los silencios de esos otros gritos que nosotros dejamos de tirar al cielo quizá un mes de febrero del año 1981.

Están indignados pero lo que reparten es ilusión. Han aprendido que la tecnología es un arma cargada de presente, que el pensamiento libre no se corta como se corta una señal desde un satélite, que con su puedo y su quiero van juntos desalambrando lo que con cuatro palabritas finas nos robaron, nos roban. Piden pan y la palabra, están hartos de estar hartos, y quieren lo que nosotros quisimos, lo que quizá consiguieron por nosotros, la herencia que no les vamos a dejar porque algo en la sombra, venido de las catacumbas del Mordor contemporáneo que es Wall Street, les ha borrado del futuro.

Quizá lo que quieren es virgencita que me quede como estoy. Recuperar el tiempo perdido que les hemos quitado del mañana que les prometimos tan felices. Y piden lo que tendríamos que haber pedido todos hace ya mucho tiempo. La democracia no es una meta, sino un camino. Y ese camino es revisable. Lo que se marchita, se siembra de nuevo. No nos piden la luna: no hace falta. Piden el sol desde Sol, desde los muchos soles que nos alumbran esta democracia sin debate interno y dirigida desde fuera a la que hemos claudicado. Piden recuperar entre todos la esperanza.

Rafael Marín. Publicado en La Voz de Cádiz el 23-05-2011

lunes, 16 de mayo de 2011

El viejo que leía novelas de amor II



Antonio José Bolívar Proaño nunca pensó en la palabra libertad, y la
disfrutaba a su antojo en la selva. Por más que intentara revivir su proyecto de
odio, no dejaba de sentirse a gusto en aquel mundo, hasta que lo fue olvidando,
seducido por las invitaciones de aquellos parajes sin límites y sin dueños.
Comía en cuanto sentía hambre. Seleccionaba los frutos más sabrosos,
rechazaba ciertos peces por parecerle lentos, rastreaba un animal de monte y al
tenerlo a tiro de cerbatana su apetito cambiaba de opinión.
Al caer la noche, si deseaba estar solo se tumbaba bajo una canoa, y si en
cambio precisaba compañía buscaba a los shuar.
Estos lo recibían complacidos. Compartían su comida, sus cigarros de
hoja, y charlaban largas horas escupiendo profusamente en torno a la eterna
fogata de tres palos.
—¿Cómo somos? —le preguntaban.
—Simpáticos como una manada de micos, habladores como los papagayos
borrachos, y gritones como los diablos.
Los shuar recibían las comparaciones con carcajadas y soltando sonoros
pedos de contento.
—Allá, de donde vienes, ¿cómo es?
—Frío. Las mañanas y las tardes son muy heladas. Hay que usar ponchos
largos, de lana, y sombreros.
—Por eso apestan. Cuando cagan ensucian el poncho.
—No. Bueno, a veces pasa. Lo que ocurre es que con el frío no podemos
bañarnos como ustedes, cuando quieren.
—¿Los monos de ustedes también llevan poncho?
—No hay monos en la sierra. Tampoco saínos. No cazan las gentes de la
sierra. —¿Y qué comen, entonces?
—Lo que se puede. Papas, maíz. A veces un puerco o una gallina, para las
fiestas. O un cuy en los días de mercado.
—¿Y qué hacen, si no cazan?
—Trabajar. Desde que sale el sol hasta que se oculta.
—¡Qué tontos!, ¡qué tontos! —sentenciaban los shuar.
A los cinco años de estar allí supo que nunca abandonaría aquellos
parajes. Dos colmillos secretos se encargaron de transmitirle el mensaje.

El viejo que leía novelas de amor






















El alcalde, único funcionario, máxima autoridad y representante de un poder demasiado lejano como para provocar temor, era un individuo obeso que sudaba sin descanso.
Decían los lugareños que la sudadera le empezó apenas pisó tierra luego de desembarcar del Sucre, y desde entonces no dejó de estrujar pañuelos, ganándose el apodo de la Babosa.
Murmuraban también que antes de llegar a El Idilio estuvo asignado en alguna ciudad grande de la sierra, y que a causa de un desfalco lo enviaron a ese rincón perdido del oriente como castigo. Sudaba, y su otra ocupación consistía en administrar la provisión de cerveza. Estiraba las botellas bebiendo sentado en su despacho, a tragos cortos, pues sabía que una vez terminada la provisión la realidad se tornaría más desesperante.
Cuando la suerte estaba de su parte, podía ocurrir que la sequía se viera recompensada con la visita de un gringo bien provisto de whisky. El alcalde no bebía aguardiente como los demás lugareños. Aseguraba que el Frontera le provocaba pesadillas y vivía acosado por el fantasma de la locura. Desde alguna fecha imprecisa vivía con una indígena a la que golpeaba salvajemente acusándola de haberle embrujado, y todos esperaban que la mujer lo asesinara. Se hacían incluso apuestas al respecto.
Desde el momento de su arribo, siete años atrás, se hizo odiar por todos. Llegó con la manía de cobrar impuestos por razones incomprensibles. Pretendió vender permisos de pesca y caza en un territorio ingobernable.
Quiso cobrar derecho de usufructo a los recolectores de leña que juntaban madera húmeda en una selva más antigua que todos los Estados, y en un arresto de celo cívico mandó construir una choza de cañas para encerrar a los borrachos que se negaban a pagar las multas por alteración del orden público.
Su paso provocaba miradas despectivas, y su sudor abonaba el odio de los lugareños. El anterior dignatario, en cambio, sí fue un hombre querido. Vivir y dejar vivir era su lema. A él le debían las llegadas del barco y las visitas del correo y del dentista, pero duró poco en el cargo.
Cierta tarde mantuvo un altercado con unos buscadores de oro, y a los dos días lo encontraron con la cabeza abierta a machetazos y medio devorado por las hormigas.

(Luis Sepúlveda. Un viejo que leía novelas de amor)

ORIENTACIONES PARA EL COMENTARIO

El fragmento para el comentario que se nos propone pertenece a la obra “Un viejo que leía novelas de amor”, que constituye un texto literario de género narrativo. Su autor, Luis Sepúlveda, nacido en Chile en 1949, es un destacado novelista del post-boom de la literatura hispanoamericana, aunque también ha cultivado otros géneros como la poesía y el cuento.
En esta obra, galardonada con el premio Tigre Juan y traducida a catorce idiomas, nos presenta la historia de Antonio José Proaño, un anciano solitario que, después de haber pasado largos años conviviendo con los indígenas shuar, quienes llegaron a considerarlo uno de los suyos, conoce todos los secretos de la selva amazónica. Sin embargo, su territorio se encuentra ahora amenazado por la llegada del hombre blanco y por la destrucción cruel y ciega que éste trae consigo. Podríamos considerar que la denuncia ecologista de la destrucción de la Amazonia es un tema presente a lo largo de toda la obra, y que el autor sabe tratar de forma magistral en la creación de ambientes, situaciones y personajes.

La historia se desarrolla a principios del siglo XX, aunque la narración, en ocasiones, se basa en los recuerdos o hechos pasados que vienen a la mente del protagonista, y que explican algunos de los acontecimientos importantes en la historia. El narrador es omnisciente, es decir, conocedor de los hechos de forma total y absoluta, sabiendo en cada instante, lo que piensan y sienten los personajes. (Sería conveniente apoyar estas afirmaciones con ejemplos extraídos del fragmento o de otros pasajes del libro)

Podría hacerse una valoración de los personajes en función de su caricaturización según su comportamiento en relación con el respeto a la naturaleza, tan presente a lo largo del libro. Así tenemos dos grupos:

-Aquéllos que respetan la naturaleza y valoran su conservación: Proaño, Loachamín (el dentista), Nushiño y la tigrilla ( que es realmente un personaje fundamental en la trama de la novela, por ser el único que presenta un valor simbólico, es decir, podría ser visto como la naturaleza invadida por la civilización, que tiene un final trágico)

-Personajes que suponen la destrucción de la naturaleza: Este grupo estaría formado por el Alcalde, personaje descrito en este fragmento, y los gringos y cazadores, considerados como ambiciosos y estúpidos.

En cuanto al alcalde, personaje al que está dedicado este pequeño texto, podríamos decir que es el antagonista a Antonio José Bolívar Proaño, protagonista de esta obra, conocedor y amante de la Amazonia y los shuar. El Alcalde, por el contrario, es retratado como un ser despreciable, tanto física como moralmente, que no hace más que complicar la trama. Es un personaje gordo, odiado por todos, que llega a “El Idilio” con la pretensión de ganar dinero. Es, además, símbolo de la "civilización" blanca, completo desconocedor de las costumbres y usos de la zona, y que pretende ejercer la autoridad en un “territorio ingobernable”. La caracterización del personaje –obeso, sudoroso- ya nos da a entender el desprecio que provoca entre los lugareños; pero se trata de un desprecio recíproco, mayor si cabe por parte del alcalde, que se basa en la consideración de que los indios son seres incivilizados.

Esta idea, que podríamos afirmar se encuentra establecida en la cultura occidental desde la llegada de Colón a América, es precisamente la que se plantea invertir Luis Sepúlveda con este relato. El conflicto entre civilización y barbarie, la progresiva desvinculación del desarrollo de la razón con la naturaleza, los sentidos y el instinto aparecen representados en la novela por unos colonizadores que se entremeten en un mundo del que nada conocen y al que nada deben, alterando a su paso el equilibrio antes tan bien atesorado. Los habitantes de la selva, por su parte, aparecen pasivos ante un poder invencible que, de hecho, terminará acabando con ellos.

No se trata de un tema imaginario: la novela indigenista americana, vertiente dentro de la que podemos encuadrar esta obra, constituye un extraordinario medio de denuncia a ese “progreso” que ya ha acabado con más de un sesenta por ciento de la selva amazónica, y ante todo, un canto al amor por la naturaleza.

sábado, 14 de mayo de 2011

Los girasoles ciegos



Texto 1:

Si tuviéramos que imaginar en qué se convirtió la vida para el capitán Alegría, deberíamos hablar de un torbellino de aceite: lento, pastoso, inexorable. Paseando su soledad en aquel hangar de angustias, envuelto en el vacío, trasladando consigo la distancia entre él y el universo, aguardó el momento que precede al final ignorando que el final no estaba escrito.
Nueve días estuvo esperando su turno. Cada madrugada, al azar, como recuas, un grupo de prisioneros era obligado a formar en el hangar y conducido, de a dos en fondo, hasta unos camiones que se perdían ruidosamente en un paisaje tibio y desolado. Pocos se despedían. Los más se iban en silencio. Es probable que a Alegría, acostumbrado a observar a su enemigo, la muerte sin aspavientos le resultara familiar, pero la vida aprisionada en la casualidad de estar o no estar en el rincón elegido para designar los muertos debió de resultarle insoportable. Alegría rechazaba el azar, necesitaba el orden.
Podemos suponer cierto alivio cuando el día dieciocho, exhausto bajo una lluvia inclemente, fue él uno de los miembros de la recua. En el camión, hacinados y guardando el equilibrio, todos los condenados se miraban a los ojos, se cogían de la mano, se apretaban unos contra otros. A mitad de camino, una mano buscó la suya y su soledad se desvaneció en un apretón silencioso, prolongado, intenso, que le dio cabida en la comunidad de los vencidos. Tras la mano, una mirada. Otras miradas, otros ojos enrojecidos por la debilidad y el llanto sofocado. “Perdonadme”, dijo, y se zambulló en aquel tumulto de cuerpos desolados.

Los girasoles ciegos, primer relato

Texto 2:

Juan supo que ya no tendría mucho tiempo para acabar su carta. Con una letra parsimoniosa y minúscula siguió escribiendo hasta agotar todo el papel que había conseguido:
“Aún estoy vivo, pero cuando recibas esta carta ya me habrán fusilado. He intentado enloquecer pero no lo he conseguido. Renuncio a seguir viviendo con toda esta tristeza. He descubierto que el idioma que he soñado para inventar un mundo más amable es, en realidad, el lenguaje de los muertos. Acuérdate siempre de mí y procura ser feliz. Te quiere, tu hermano Juan.”
Trató de imaginarse el gesto del alférez capellán cuando tuviera que censurar su carta. Cerró el sobre, puso la dirección de su hermano y se la entregó al guardia de turno para que le diera curso. Era lo habitual.
Así se despedían siempre los muertos de los vivos.

Los girasoles ciegos, tercer relato.

Texto 3:

Me sentí pastor y fui feliz al saber que había descarriados en mi rebaño. ¡Cuán lejos estaba yo, Padre, de saber que yo era el lobo! Como Bossuet, hice acopio de mi cáliz para darles de beber los secretos del Señor. Comencé a hacerme el encontradizo.
Nunca obligué al niño a cantar, aunque no me pasaba desapercibido su fingimiento. Al romper filas, cada tarde, los alumnos se abalanzaban hacia la puerta de salida del colegio. Yo espiaba el comportamiento de Lorenzo y no pocas veces tuve ocasión de encontrarme con su madre. Al principio nos limitábamos a saludarnos formalmente y, aunque ella rehuía mi conversación, poco a poco comenzamos a intercambiar algunos comentarios sobre el niño, luego sobre la infancia alborotada, sobre la misión de la docencia y otros temas que, pensé, me llevarían a hablar de las verdades del alma.
Yo, Padre, notaba que me sentía a gusto junto a ella, pero pensé que si Dios había querido dotar al hombre de una compañera semejante a su primera criatura, adjutorium simili sibi, era también Su Voluntad que yo sintiera la complacencia que sentía. Lorenzo guardaba silencio, si bien es cierto que buscaba con insolencia la mirada de su madre, pero yo, lejos de notar las complicidades que se traían entre manos, me complacía también por el amor filial que su madre le inspiraba. La pez es densa y es oscura para ser impenetrable, Padre.
No niego que intuí en Elena el ancestro de Eva, no el de la Eva hermosa, pura y grácil (…) sino el de la Eva caída, desnuda y arrepentida, la primera inductora del mal. Pese a ello, convertí en rutina acompañar a Lorenzo y a su madre un trecho del camino (..). Había algo en Elena que me inducía a librar mi propia batalla.

Los girasoles ciegos, cuarto relato.

sábado, 26 de marzo de 2011

Somosaguas


ME he acordado mucho estos días de mi amigo Alfonso Botti, hispanista italiano especializado en la historia de la Iglesia en la España contemporánea. Alfonso es un historiador brillante y un hombre de izquierdas al que exaspera la debilidad mental de los medios progresistas españoles cuando se enfrentan con el hecho religioso. Podría haberme acordado de sensatos críticos conservadores, al observar el tratamiento mediático del asalto a la capilla universitaria de Somosaguas perpetrado el pasado día 10, pero lo que verdaderamente he echado en falta es una figura como Botti, alguien que, desde la izquierda, pusiera a los periodistas de izquierda ante la evidencia de su estupidez colectiva. Sin embargo, lo último que tuvimos de ese género en España fue el Unamuno socialista, cuyas denuncias de la necedad anticlerical de los publicistas vascos del primer PSOE son comparables a la famosa definición que Bebel hizo del antisemitismo de su tiempo: «El socialismo de los imbéciles». Ya hace un siglo largo que la izquierda española no alumbra a nadie de su talla.

El problema, en efecto, no reside en el puñado de histéricas que montó el numerito satánico en la mencionada capilla, porque la coprolalia, el exhibicionismo y las logorreas blasfematorias, con o sin megáfono, son sólo síntomas, bien de neurosis o de posesión diabólica. Las familias de las implicadas no deben desesperar, porque ambas disfunciones tienen cura. La terapia psicoanalítica es larga y costosa, pero hay otros métodos para calmarlas —al menos, durante una temporada— que ya probaron su eficacia en los días del eximio Charcot. Si fallaran, queda un par de ermitas galaicas a las que recurrir antes de pensar en Lourdes.

Lo preocupante, digo, no está tanto en estas pobres piradas como en sus hermeneutas de la prensa progre. Los hay que hablan de un regreso del mayo del 68, cuando es evidente que a aquéllas no las ha enloquecido un 68 del que ni han oído hablar, sino acaso un abuso del 69. Y, desde luego, la lectura de ciertos periódicos desde los que se ha tratado de cabestros a los obispos, se han prodigado chistecillos ingeniosos sobre las violaciones de monjas y ahora se circunscribe la indignación por los hechos de Somosaguas a «sectores católicos y conservadores». ¿Qué habría dicho Unamuno al respecto?

La fantochada de Somosaguas es equivalente a las alegres profanaciones de cementerios judíos franceses como el de Carpentras, que preludiaron ataques terroristas a sinagogas y derivaron finalmente en una situación de acorralamiento de los judíos por la izquierda antirracista. Tales hechos no se produjeron bajo un régimen pronazi, sino en una democracia, y si no han llegado más allá es porque en Francia este tipo de delitos preocupan por igual a todos los demócratas, judíos y gentiles, conservadores y progresistas, y la prensa, aun la más progre, se cuida mucho de reírles las gracias a los nuevos antisemitas y negacionistas de la extrema izquierda. El anticatolicismo español, por el contrario, ha encontrado comprensión maternal en un periodismo teóricamente democrático y un cómodo terreno de pruebas en determinados campus universitarios beneficiados por la impunidad, al amparo de una autonomía manipulada.


JON JUARISTI Día 20/03/2011

El laicismo como ficción


Atónitos nos hemos quedado al conocer que el grupo de estudiantes que exhibieron sus torsos en la capilla de la Universidad Complutense fueron detenidas como peligrosas delincuentes. Patidifusos, cuando nos hemos enterado que se le imputan dos graves delitos contemplados en el código penal y, finalmente, indignados al saber que se acepta una querella criminal de la asociación ultraderechista Manos en Alto, perdón, Manos Limpias.

Vivimos en la ficción de pertenecer a un país laico, nos pavoneamos de nuestro avance cultural y civilizatorio pero estamos instalados en el "quiero y no puedo" de una sociedad que predica no ser confesional mientras mantiene la religión en todos sus espacios públicos e incluso reserva varios artículos en el código penal -y subrayo penal- para castigar a los que se burlen de las creencias religiosas.

El actual código penal tipifica la profanación con penas de hasta dos años de prisión y la ofensa los dogmas, creencias o ritos religiosos con penas de multa de ocho a doce meses. Un artículo ,el 525, de extraña aplicación, porque como compensación contiene una segunda parte que penaliza con iguales condenas a los que hagan públicamente escarnio de quienes no profesan religión o creencia alguna.

De su aplicación se sigue que, si las jóvenes estudiantes cometieron -no una falta o una simple falta de educación- sino un delito contra las creencias religiosas, la Iglesia católica, así como los medios afines, incurren de forma habitual en este mismo delito cuando en numerosos actos públicos denuncian la homosexualidad, se manifiestan contrarios a la igualdad de derechos de las mujeres, o consideran un asesinato la interrupción voluntaria del embarazo, ya que se trata de declaraciones en las que ofenden a todas las personas que no profesan sus mismas creencias. Si los agnósticos y ateos hubiesen ido al juzgado o a la comisaría cada vez que se han visto ridiculizados, censurados e insultados por los representantes de la iglesia y sus apologetas no habría bastantes juzgados en nuestro país para tramitar las denuncias.

Nada de esto ocurriría si las creencias religiosas se situaran en el terreno de lo privado y no se pretendieran imponer, de una u otra forma, a través de las instituciones del estado. El laicismo, lejos de ser un arma contra tal o cual religión, es una garantía del respeto del estado a la conciencia individual y es la base de una convivencia respetuosa con todas las creencias. Muy mal debe ir una religión cuando sólo se puede mantener por una posición de privilegio y de confrontación.

La presencia de capillas, crucifijos y símbolos religiosos abarca todos los espacios de nuestra vida: numerosos hospitales andaluces mantienen en lugares preferentes capillas reservadas al culto católico dentro de sus instalaciones; son muchos los institutos donde falta espacio para las clases pero tienen recintos religiosos; la Diputación de Almería está presidida por un gran Cristo crucificado y, en la toma de posesión de un buen número de Ayuntamientos andaluces, junto a la Constitución española, se coloca un crucifijo testigo de la toma de posesión de los cargos públicos. Pero la presencia más chocante y contradictoria es en la Universidad donde se proclama el pensamiento científico mientras se permanece bajo la advocación de santos y vírgenes. Por si queda alguna duda de esta incompatibilidad, el arzobispo de Granada nos ha aclarado que "la ciencia es peor que la Educación para la Ciudadanía" y ha apuntado que el origen de todos los males que aquejan a la sociedad es "el culto a la razón y la Ilustración francesa". Varios siglos después de que los ilustrados proclamaran la separación de Iglesia y Estado, todavía se debate en los claustros universitarios si se suprimen las capillas, las misas o el patronazgo de quienes defienden la superstición o el misterio frente a la ciencia. ¿De verdad estamos en el siglo XXI?

CONCHA CABALLERO 26/03/2011

Teoría y realidad de la ley contra el fumador


Quizá no por entero, pero en aspectos importantes la "Ley 42/2010, de 30 de diciembre, por la que se modifica la Ley 28/2005, de 26 de diciembre, de medidas sanitarias frente al tabaquismo", etcétera, etcétera, es un golpe bajo a la libertad, una muestra de estolidez y una vileza. Vayamos, brevísimamente, por partes, y en cada una con solo un par de calas.
Golpe bajo. Dejemos de lado que no pocos de los argumentos contra el tabaco carecen de rigor científico y son simple fruto del desconocimiento, por las actuales insuficiencias de la investigación. (Como cuando hace unos años el aceite de oliva se consideraba malo para el colesterol y se excluía de la "sana dieta mediterránea" en la que hoy tanto se ponderan sus virtudes). Concedamos asimismo que la prohibición de fumar en muchos lugares públicos es una medida juiciosa. En muchos, sí, bien está, pero ¿en todos?
A los fumadores en ejercicio se les veta la entrada en multitud de sitios, mientras a nadie se le fuerza a ir a los bares o restaurantes que aquellos elijan. ¿Cuál es el problema para que los fumadores -clientes, dependientes y dueños- dispongan de lugares en que los no fumadores sean libres de no entrar? Cada uno puede hacer de su capa un sayo: contra su voluntad no hay por qué protegerlo de vagos peligros. Más de las tres cuartas partes de los españoles da por buena la existencia de locales para fumadores. La ley de marras es una efectiva restricción de la libertad y un estorbo a la conllevancia.
Estolidez. Los redactores de la ley confirman clamorosamente la opinión que de los políticos tiene la mayoría de los ciudadanos. La torpeza preside en especial la lista de espacios vedados al tabaco. Es patente que el legislador ha ido señalándolos a voleo, según se le pasaban por la cabeza, sin ninguna preocupación por el orden y la congruencia.
El artículo séptimo, así, cataloga los tales espacios desde la letra a hasta la equis. Al llegar a la erre menciona las "Estaciones de servicio y similares". A continuación, en la ese, introduce una disposición universal y omnicomprensiva: "Cualquier otro lugar en el que, por mandato de esta ley o de otra norma o por decisión de su titular, se prohíba fumar". Parece que ahí debiera acabarse la cosa. Pero no, el inventario vuelve a la enumeración particular: "Hoteles, hostales y establecimientos análogos", etcétera, etcétera. Para acabar majestuosamente: "En todos los demás espacios cerrados de uso público o colectivo". En comparación, la enciclopedia china de Borges es un modelo de lógica: "Los animales se dividen en a/ pertenecientes al Emperador, b/ embalsamados, c/ amaestrados, d/ lechones...".
De las luces que exhiben los parlamentarios reos del texto baste solo otro espécimen: según el artículo octavo, quien en un hotel quiera el desayuno en su habitación de fumador tendrá que salir de ella para que el camarero se lo sirva y que volver a entrar cuando el camarero salga.
Vileza. Domina la ley el espíritu persecutorio, en un horizonte de entredichos y busca de culpabilidades ("incluso en los supuestos de infracciones cometidas por menores"), de aliento a la intolerancia y la discordia, y de cerrazón sectaria a la realidad de la vida y de los hombres.
En la España de otros tiempos se llamaba malsín al que "de secreto avisa a la justicia de algunos delitos con mala intención y por su propio interés". Es un hecho que la ley y las incitaciones de la ministra de Sanidad están abriendo ya la puerta a los malsines. Nada tan fácil como la delación movida por conveniencias innobles, inquinas o malhumores, y anónima o presentada con una falsa identidad: no hay más que enviarla a cualquiera de las diligentes webs que le darán curso sin comprobar (así lo pregonan) "la veracidad de los datos expuestos por el denunciante". No se trata de una presunción: insisto, es ya un hecho.
Donde la actitud inquisitorial y el celo puritano se precipitan vertiginosamente hacia la vileza es en el nuevo artículo 7 c, que generaliza la interdicción en los "centros, servicios o establecimientos sanitarios, así como en los espacios al aire libre o cubiertos comprendidos en sus recintos". En ningún otro sitio estaría más justificado que ahí fijar lugares y excepciones para fumar (también marihuana). Pero los padres de la patria, hijos de moralinas abstractas y huérfanos de toda comprensión humana, desprecian las personas y las situaciones reales.
En las cárceles y en los psiquiátricos está autorizado fumar "en las zonas exteriores" o en "salas cerradas habilitadas al efecto". A los viejos y discapacitados se les permite en las áreas ad hoc de los asilos, aunque de ningún modo al aire libre ni en sus habitaciones. Con los enfermos hospitalizados no hay la mínima complacencia. A los padecimientos que comporta verse en tal situación, el legislador añade, ensañándose, la tortura de la abstinencia. "¡Qué escándalo -debe de juzgar-, satisfacer los bajos apetitos de un paciente terminal -de cáncer de pulmón, pongamos- que no piensa en otra cosa que en echarse unos pitillos!". Con absoluta desestima de los datos, de la voluntad y el sufrimiento ajenos, sacrifica al individuo cercano en el altar de un remoto ideal genérico. Líbrenos Dios de los altos principios.
P.S. En mi vida he fumado un solo cigarrillo.



Francisco Rico es miembro de la Real Academia Española.

Japón, pánico y desastre


Primero la conmoción, luego la magnitud del desastre. Incredulidad, abatimiento. Soledad. La de miles de personas que deambulan, que escaparon a la violencia de un terremoto y un tsunami devastador. Dos minutos interminables. La vida que pasa por la mente de cada uno. Miles de recuerdos se agolpan y hacinan en cuestión de milésimas. Con el paso de las horas se evidencia la tragedia. Una tragedia que retrotrae a los japoneses al final de la segunda guerra mundial. Y como en aquellas horas trágicas, de nuevo la pesadilla nuclear. Esta vez energía nuclear para usos civiles. Reactores que están ya en fusión en su núcleo. Otra nuclear que asoma su carga mortífera. Pánico, miedo a una explosión descontrolada. Puede suceder. Ojalá no lo haga nunca. Todo escapa al hombre. Somos frágiles, débiles, pero no lo creemos, no queremos. La naturaleza cobra su tributo en vidas humanas, en desastres naturales. No tiene sensibilidad, tampoco medida. Japón es un país y un territorio perfectamente sísmico. Pero por muchos temblores que existan nunca el ser humano está preparado para la tragedia.
Pueblos y ciudades fantasmas. Miles de desaparecidos a los que ahora se suman los cientos de miles de evacuados por el riesgo nuclear y la contaminación. Japón contiene el aliento, el mundo mira de frente. La amenaza es ingente. Nadie sabe lo que puede suceder en las próximas horas, en los próximos días. Ahora mismo lo económico y las pérdidas en recursos humanos, materiales, industriales, pasan momentáneamente a un segundo plano ante lo que puede suceder. Lecciones amargas, terriblemente dramáticas. Y la memoria se retrotrae sin querer a agosto de 1945. Devastación, hongo, muerte y silencio.
El país sigue sumido en una profunda crisis política y económica que dura prácticamente dos décadas. El despertar del sol naciente languideció en los noventa, acompañado de una volátil, sectaria y corrupta clase política. La impotencia y la incapacidad, la falta de regeneración, la trinchera política han hecho el resto, minar puentes, entendimientos que llevaron al país a ser la segunda potencia económica mundial, cuna de investigación y desarrollo. Hoy es una sombra de aquello que fueron, aún siendo la tercera potencia económica mundial. Pero en retroceso. Las huellas de este desastre llevará al país a unos años verdaderamente difíciles, con un déficit brutal que engordará al lacerante que ya tiene y que devora y supera en más de un 200% el PIB.
Esta catástrofe sin duda unirá, como en el pasado, al sabio pueblo japonés. Veremos si los políticos son capaces de estar a la altura. El país está paralizado, lo están sus fábricas, sus industrias, su energía, su fuerza y su entusiasmo. La reconstrucción costará decenas de miles de millones de euros. Tardará años, requerirá una gran inversión pública para estimular la economía y el desarrollo, la infraestructura material y natural, comunicaciones, recursos, suministros, etc.
Solo lo que tendrán que pagar las grandes reaseguradoras mundiales ante estos riesgos extraordinarios será multimillonario y solo el reaseguramiento mundial permite que no concursen o quiebren en cadena.
En apenas dos minutos y medio la noche cubrió de repente la claridad de un día en que las aguas arrasaron vidas, ciudades, empleos, ilusiones y futuro. Nos despertó todos de nuestra fragilidad y nuestra dolosa ignorancia. La naturaleza no tiene piedad cuando se enfurece. Somos de carne y hueso, barro y arcilla quebradiza. Vidas enteras se han truncado. Casas, pueblos, ciudades, esperanzas efímeras. Japón y su pueblo superarán esta tragedia, tardarán años, quizás una década. Es la hora del liderazgo y de la solidaridad, de escoger el trigo de la paja, de superar la adversidad y las diferencias.

Abel Veiga Copo - 15/03/2011

viernes, 18 de marzo de 2011

Las últimas horas del déspota


Qué pasa por la mente de un dictador en los últimos días, horas y minutos que preceden a su caída e inesperadamente le hunden en el muladar de la historia? ¿Cómo asimila el inimaginable pero real espectáculo de su amado pueblo vociferando contra él y quemando o pisoteando con furia su ubicuo retrato?

El proceso mental de un dictador ante su caída sería un tema literario fascinante. El tema es fascinante y si fuera un autor joven, con el potencial creativo intacto, trataría de expresarlo mediante un monólogo interior que mezclaría tiempos y espacios, imágenes de pasadas glorias y de presente hostil: desfiles victoriosos, tribunas de honor, recepciones palaciegas, besos lanzados al pueblo exultante de dicha, embriaguez de un poder sin límites y por consiguiente sin otro final plausible que el de una apoteosis en el lecho de muerte, rodeado de los suyos y de jefes de Estado en medio de expresiones de dolor y de llanto, ¡todo ello abolido de golpe por lo que Marx denominaba astucias de la historia!

La idea me tentó durante el derrocamiento y ejecución de los Ceausescu y me acucia de nuevo en ese vendaval de libertad que sacude a los países árabes y derriba como títeres de feria a sus dictadores y sátrapas. No ya a la manera biográfica de excelentes novelas como Yo el Supremo o La Fiesta del Chivo, sino del vértigo de un presente atemporal que discurre entre escabrosidades, remolinos y saltos de agua. El paso brusco de un matrimonio Ben Ali-Trabelsi todo mieles a la imagen desencajada del déspota en sus últimas apariciones ante la cámara, o del faraón benévolo en la plenitud de su magnificencia a la del viejo titubeante empujado a la escalerilla del avión que va a transportarlo a su inseguro destierro, invitan a una creatividad visual que puede transmutarse en literatura mediante el juego de la alternancia: los grandes sillones de respaldo dorado y terciopelo grana, diseñados, se diría, para el grato reposo de nalgas presidenciales o soberanas en contraposición con las chozas misérrimas del pueblo que supuestamente reverencia a quienes se acomodan en ellos; la sonrisa fija, sin destinatario preciso, de un Ben Ali momificado, con corbata y peluquín abrillantado en acorde perfecto, seguida de un plano del agonizante Mohamed Buazizi tendido en el lecho del hospital tras su inmolación crística abren para todo creador un campo de posibilidades casi infinitas.

Pero es el cambio gradual del joven coronel libio que dio el golpe de Estado contra la monarquía hace 42 años en el mascarón grotesco que incitaba a sus últimos fieles a exterminar a las "ratas" en sus escondrijos y levantaba el puño con rabia el que más y mejor se presta a un soliloquio en la vena del Ulises joyciano: el de un tirano asediado por recuerdos de su ensalzamiento a líder mundial y a quien sus pares, sedientos de petróleo, recibían con sonrisas y abrazos, en un stream of conciousness cuya corriente impetuosa mezclaría atropelladamente sus delirios de rey de África, los cadáveres ahorcados de centenares de opositores, las mazmorras subterráneas de su palacio de Bengasi, las declaraciones de amor a su pueblo, la transformación de la gran república de las masas popular y democrática en patrimonio familiar de él y sus hijos. La acronía del relato y el recurso a la gramática transformativa para transitar de una estructura oracional a otra serían el cauce de esta reproducción aleatoria de las vivencias confusas del autoproclamado Padre de los Libios: el terror a las hechiceras de Macbeth y a los complós de sus amados súbditos, el fundido de su jaima instalada en el corazón de las capitales europeas y sus celdas de tortura, del juicio siniestro de las enfermeras búlgaras y el rostro radiante de su cuidadora ucrania. El desafío creativo exigirá mucho esfuerzo y trabajo pero no dudo de que un día u otro algún novelista árabe lo acometerá.

Entretanto, y mientras se desconoce aún el final previsiblemente sangriento del coronel libio, deberemos contentarnos con los culebrones que tanto gustan en los países árabes y no árabes. ¿Quién encarnará el papel de la expeluquera aupada al rango de reina y señora de Túnez? ¿Acudirá al banco a sacar el dinero que atesora despeinada, convulsa y con el rostro deshecho? ¿Habrá una escena de reproches recíprocos entre ella y el ya achacoso marido? ¿Qué actores desempeñarán la función de mafiosos del todopoderoso clan Trabelsi? ¿Escucharemos sus gritos de cólera en el momento de la estampida? ¿Los veremos, mordiéndose las uñas de despecho, en su deshonroso exilio?

Y, si de Túnez pasamos a El Cairo, imaginamos ya la telenovela del próximo Ramadán. La ambiciosa señora Mubarak acusando de ineptitud a su marido, el hijo bueno o menos ladrón arremetiendo contra la cleptocracia instaurada por su madre y su hermano Gamal; los fieles que intentan cambiar de chaqueta a última hora y se hunden con el barco; el rostro incrédulo del que se creyó rey de por vida y ve hundida su obra y secuestrados sus bienes en el extremo sur del Sinaí bíblico.

Un acontecimiento histórico de la magnitud del que hoy vive el mundo árabe hallará un día el creador que con serenidad y maestría dé cuenta de él a los lectores futuros.


Juan Goytisolo.

"Japón ha entrado en una nueva era"


El escritor, una de las conciencias de Japón por su fidelidad a los valores sobre los que el país se reconstruyó tras la Segunda Guerra Mundial, recuerda el deber de respetar la memoria de los fallecidos y la dignidad del hombre.

El novelista Kenzaburo Oé, premio Nobel de Literatura en 1994, es una de las conciencias de su país. Siempre se ha mantenido fiel a los valores sobre los que se construyó el Japón de la posguerra. Se esfuerza con obstinación en recordar que la memoria es la base a partir de la cual se reflexiona sobre el presente. Nacido en 1935 en un pequeño pueblo de la isla de Shikoku, este hombre discreto es una voz ponderada y humanista de un Japón reducido a menudo a su cultura de masas o a sus productos. El autor de Notas sobre Hiroshima siempre se ha esforzado por vivir con dignidad.

Pregunta. En su opinión, ¿qué significado tiene la catástrofe que está viviendo Japón dentro de la historia moderna?

Respuesta. Desde hace unos días, los periódicos japoneses solo hablan de la catástrofe que estamos viviendo y la casualidad ha querido que uno de mis artículos, escrito la víspera del seísmo, se publicara en la edición vespertina del diario Asahi el 15 de marzo. En él evocaba la vida de un pescador de mi generación que había sido expuesto a radiación en el transcurso de una prueba de la bomba de hidrógeno en el atolón de Bikini. Yo lo conocí con 18 años. A partir de ese momento dedicó su vida a denunciar el engaño del mito de la fuerza de disuasión nuclear y la arrogancia de los que defienden su uso. ¿Sería un oscuro presagio el que me impulsó a evocar a aquel pescador justamente el día antes de la catástrofe? Lo cierto es que él había luchado también contra las centrales nucleares y había denunciado los riesgos que presentan.

Llevo mucho tiempo dándole vueltas al proyecto de revisar la historia contemporánea de Japón tomando como referencia tres grupos de personas: los fallecidos en los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, las víctimas de la radiación de Bikini (uno de cuyos supervivientes fue ese pescador) y las víctimas de las explosiones en las centrales nucleares. Si analizamos la historia de Japón desde el punto de vista de estos fallecidos, víctimas de la energía nuclear, su tragedia queda de manifiesto.

Hoy comprobamos que el riesgo de las centrales nucleares se ha hecho realidad. Sea cual sea el aspecto de la catástrofe que estemos descubriendo (y con todo el respeto que siento por los esfuerzos humanos desplegados para ponerle freno), su significado no da lugar a ninguna ambigüedad: la historia de Japón ha entrado en una nueva fase y, una vez más, estamos sometidos a la mirada de las víctimas de la energía nuclear, de esos hombres y mujeres que han dado prueba de un gran valor en su sufrimiento. La lección que podremos extraer del desastre actual dependerá de la firme resolución de no repetir los mismos errores por parte de aquellos a los que se les ha concedido el derecho de vivir.

P. Esta catástrofe aúna de manera dramática dos fenómenos: la vulnerabilidad de Japón a los seísmos y el riesgo que presenta la energía nuclear. El primero es una realidad a la que este país lleva enfrentándose desde la noche de los tiempos. El segundo, que amenaza con ser todavía más catastrófico que el seísmo y el tsunami, es obra del hombre. ¿Qué sacó en claro Japón de la trágica experiencia de Hiroshima?

R. La importante lección que debemos extraer del drama de Hiroshima es la dignidad del hombre, tanto de aquellos y aquellas que murieron al instante como de los supervivientes, afectados en carne propia, y que durante años tuvieron que soportar un sufrimiento extremo que espero haber podido plasmar en algunos de mis escritos.

Los japoneses, que conocieron el fuego atómico, no deben plantearse la energía nuclear en función de la productividad industrial, es decir, no deben tratar de extraer de la trágica experiencia de Hiroshima una receta para el crecimiento. Al igual que en el caso de los seísmos, los tsunamis y otras calamidades naturales, hay que grabar la experiencia de Hiroshima en la memoria de la humanidad: es una catástrofe aún más dramática que las naturales porque la provocó el hombre. Reincidir, dando muestras con las centrales nucleares de la misma incoherencia respecto a la vida humana, es la peor de las traiciones al recuerdo de las víctimas de Hiroshima.

El pescador de Bikini al que he mencionado anteriormente no dejó de exigir la abolición de las centrales nucleares. Una de las grandes figuras del pensamiento japonés contemporáneo, Shuichi Kato (1919-2008), hablando de las bombas atómicas y de las centrales nucleares sobre las que el hombre pierde el control, recordaba la célebre expresión de una obra clásica, Almohada de hierbas, escrita hace 1.000 años por una mujer, Sei Shonagon. La autora evoca algo que al mismo tiempo parece muy lejano, pero que en realidad nos queda muy cercano. Una catástrofe nuclear parece una hipótesis lejana, improbable, pero siempre nos acompaña.

P. Más de 60 años después de su derrota, parece que Japón ha olvidado los compromisos que adquirió entonces: el pacifismo constitucional, la renuncia a la fuerza y tres principios antinucleares. ¿Piensa que el desastre actual despertará una conciencia contestataria?

R. Cuando se produjo la derrota de Japón, yo tenía 10 años. Un año después se promulgó la nueva Constitución y al mismo tiempo se aprobó la ley marco sobre la educación nacional, una especie de reformulación en términos más sencillos de la Ley Fundamental destinada a que los niños la entendieran más fácilmente.

Durante los 10 años que siguieron a la derrota, siempre me pregunté si el pacifismo constitucional, un elemento del cual es la renuncia al recurso a la fuerza, y luego los tres principios antinucleares (no poseer, no fabricar y no utilizar armas atómicas), reflejaban bien los ideales fundamentales del Japón de posguerra. (...)

Japón reconstituyó progresivamente una fuerza armada mientras que los acuerdos secretos con Estados Unidos permitieron la introducción de armas atómicas en el archipiélago, vaciando de sentido los tres principios antinucleares oficialmente anunciados. Esto no quiere decir, sin embargo, que no se tuvieran en cuenta los ideales de los hombres de la posguerra. Los japoneses habían conservado el recuerdo de los sufrimientos del conflicto y de los bombardeos nucleares. Los muertos que nos miraban nos obligaban a respetar esos ideales. El recuerdo de las víctimas de Hiroshima y de Nagasaki nos ha impedido relativizar el carácter pernicioso de las armas nucleares en nombre del realismo político. Nos oponemos a ellas. Y al mismo tiempo, aceptamos el rearme de facto y la alianza militar con Estados Unidos. Ahí es donde reside toda la ambigüedad del Japón contemporáneo.

Con el correr de los años, esta ambigüedad, fruto de la coexistencia del pacifismo constitucional, del rearme y de la alianza militar con Estados Unidos, no ha hecho más que reforzarse ya que no dimos ningún contenido conciso a nuestros compromisos pacifistas. La confianza total de los japoneses en la eficacia de la fuerza de disuasión estadounidense permitió que la ambigüedad de la posición de Japón (país pacifista bajo el paraguas nuclear estadounidense) se convirtiera en el eje de su diplomacia. Una confianza en la fuerza disuasoria estadounidense que iba más allá de las divisiones políticas y que fue reafirmada por el primer ministro demócrata, Yukio Hatoyama, con ocasión del aniversario, en agosto de 2010, del bombardeo atómico sobre Hiroshima, mientras que el representante estadounidense subrayó más bien en su alocución los peligros de este arma.

Podemos esperar que el accidente de Fukushima permitirá a los japoneses reencontrarse con los sentimientos de las víctimas de Hiroshima y de Nagasaki y reconocer el peligro de todo lo nuclear, del que tenemos nuevamente ante nuestros ojos un trágico ejemplo, y poner fin a la ilusión de la eficacia de la disuasión preconizada por las potencias que disponen del arma atómica.

P. Si tuviese que contestar a la pregunta que plantea el título de uno de sus libros, Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura, ¿qué diría hoy?

R. Escribí ese libro cuando había alcanzado la llamada edad de la madurez. Estoy en lo que llaman la tercera edad y estoy escribiendo "una última novela". Si logro sobrevivir a la locura actual, el libro que terminaré empezará con una cita del final de El infierno de Dante que dice más o menos: "Y después saldremos para volver a ver las estrellas".

© Le Monde Traducción de News Clips.

Ideas importantes:
"Estamos sometidos a la mirada de las víctimas de la energía nuclear"

"El riesgo de las centrales atómicas se ha hecho realidad"

"Espero que el accidente nos lleve a ver el peligro de todo lo nuclear"

"La importante lección del drama de Hiroshima es la dignidad"

jueves, 24 de febrero de 2011

DISCURSO DE ALEX DE LA IGLESIA EN LA ENTREGA DE LOS GOYA

Hace 25 años, quienes se dedicaban a nuestro oficio jamás hubieran imaginado que algo llamado INTERNET revolucionaría el mercado del cine de esta forma y que el que se vieran o no nuestras películas no iba a ser sólo cuestión de llevar al público a las salas.
Intenet no es el futuro, como algunos creen. Internet es el presente. Internet es la manera de comunicarse, de compartir información, entretenimiento y cultura que utilizan cientos de millones de personas. Internet es parte de nuestras vidas y la nueva ventana que nos abre la mente al mundo. A los internautas no les gusta que les llamen así. Ellos son CIUDADANOS, son sencillamente gente, son nuestro PUBLICO.
Ese público que hemos perdido, no va al cine porque está delante de una pantalla de ordenador. Quiero decir claramente que NO TENEMOS MIEDO a internet, porque internet es, precisamente, la SALVACION de nuestro cine.
Sólo ganaremos al futuro SI SOMOS NOSOTROS LOS QUE CAMBIAMOS, los que innovamos, adelantándonos con propuestas imaginativas, creativas, aportando un NUEVO MODELO DE MERCADO que tenga en cuenta a TODOS los implicados: Autores, productores, distribuidores, exhibidores, páginas web, servidores, y usuarios. Se necesita una crisis, un cambio, para poder avanzar hacia un nueva manera de entender el negocio del cine.
Tenemos que pensar en nuestros derechos, por supuesto, pero no olvidar NUNCA nuestras OBLIGACIONES. Tenemos una RESPONSABILIDAD MORAL para con el público. No se nos puede olvidar algo esencial: hacemos cine porque los ciudadanos NOS PERMITEN hacerlo, y les debemos respeto, y agradecimiento.
Las películas de las que hablamos esta noche son la prueba de que en este país nos dejamos la piel trabajando. Sin embargo, el mismo esfuerzo o mayor hicieron tantas otras películas que NO HAN LLEGADO a los sobres de las candidaturas. Ellos tambien se merecen estar aqui, porque han trabajado igual de duro que nosotros.
Quiero despedirme en mi última gala como presidente, recordando a todos los candidatos a los Goya TAN SÓLO una cosa: qué más da ganar o perder si podemos hacer cine, TRABAJAR en lo que más nos gusta. No hay nada mejor que sentirse LIBRE creando, y compartir esa alegría con los demás. Somos cineastas, contamos historias, creamos mundos para que el espectador viva en ellos. Somos más de 30.000 personas que tienen la inmensa suerte de vivir fabricando sueños. Tenemos que estar a la altura del PRIVILEGIO que la sociedad nos ofrece.
Yo creo, con toda humildad, que si queremos que nos respeten, hay que respetar primero.
Y Por último, me gustaría contarle algo al próximo Presidente de la academia, que ya me cae bien, sea quien sea: estos han sido los dos años más felices de mi vida. He conocido gente maravillosa de todos los sectores de la industria. He visto los problemas desde puntos de vista NUEVOS para mí, lo que me ha enriquecido y me ha hecho mejor de lo que era. He comprobado que trabajar para los demás es una experiencia extraordinaria por muy duro que resulte en un principio, y sobre todo: han pasado 25 años MUY BUENOS, pero nos quedan muchos más, y seguro que serán MEJORES.
Buenas noches.


En este texto se han respetado las mayúsculas enfatizadoras del discurso.

A favor de Internet... y de la 'ley Sinde'

La regulación de las descargas ilícitas en la Red, tras el acuerdo entre los principales partidos políticos, está hoy más cerca de aprobarse que nunca y, sin embargo, los creadores se muestran escépticos y en Internet siguen las críticas. Y no se trata de la insatisfacción de quienes han tenido que renunciar a una parte de sus exigencias, es que se sigue hablando de cosas distintas. Contra la regulación de las descargas en la Red están quienes se oponen al canon digital, a las entidades de gestión, al Gobierno chino, los que exigen un nuevo modelo de negocio a la industria cultural, los que aplauden a Wikileaks, y tertulianos y diputados con algo que reprochar al Gobierno.
Pero la mal llamada ley Sinde persigue objetivos muy modestos. No es una ley sobre Internet, no regula derechos ni deberes, pues en la Red tenemos los mismos derechos y deberes que en el resto de nuestra vida, pero la tecnología al igual que amplía los límites de nuestra libertad, posibilita también nuevas formas de cometer abusos.
Internet es un espacio de información al que accedes contratando un servicio (como la luz o el teléfono fijo) que conecta tu ordenador a millones de ordenadores donde personas y empresas ponen información y servicios. Pero en esos ordenadores no puedes hacer lo que quieras, no, al menos, sin consecuencias. Si difundes pornografía infantil se te cae el pelo, si vendes productos milagro, se te cae el pelo. Todos los Gobiernos cierran diariamente webs que realizan actividades ilícitas, y no solo las cierran, sus responsables responden ante la justicia.
En España tenemos los mejores especialistas en delito telemático del mundo y para que estos puedan impedir, por ejemplo, que me timen o que operen fraudulentamente con mis datos personales y mi identidad, el Gobierno (primero con mayoría del PP, y luego del PSOE) ha tenido que hacer algunas leyes y cambiar otras. Sin esos cambios, ni la policía ni los jueces podrían operar y los ciudadanos, y especialmente los que además somos internautas, veríamos muchos de nuestros derechos desprotegidos.
Los últimos años se ha detenido a decenas de personas por grabar fraudulentamente en salas de cine y distribuir copias con el objeto, simple y llano, de hacer negocio. Y no es un mal negocio, pues gracias a complejas organizaciones y al uso de tecnología punta, los beneficios, calculados por los propios internautas, no bajan del medio millón de euros al año. Pero a los dueños de estas webs no se les cae el pelo, y no porque sean defensores de la libertad y difundan la cultura, sino porque dos leyes actuales y una lamentable interpretación de la fiscalía se contradicen hasta el extremo de que unos jueces los condenan por los mismos delitos que otros los absuelven.
El acuerdo parlamentario alcanzado en el Senado, en el marco de una ley mucho más amplia para mejorar la competitividad de nuestra economía, dedica apenas ocho artículos a reformar muy parcialmente esas dos leyes desfasadas por el desarrollo tecnológico (Ley de Propiedad Intelectual y de Servicios de la Sociedad de la Información) y pretende asegurar que los mismos derechos que se protegen en el mundo físico se protejan también en la Red.
Francia persigue a los usuarios que, abusando de las condiciones del "servicio", realizan descargas de obras sin licencia. En España, Gobierno e industria cultural apuestan por un modelo que se limita al cierre de páginas web (es decir, persigue a quien difunde y lo hace con ánimo de lucro, no a quien descarga) pero, además, como alguna de estas webs se puede considerar un medio de comunicación (y la libertad de expresión es un derecho que debe estar especialmente protegido) un juez advertirá previamente si la web en cuestión es un prestigioso blog difundiendo la obra de un creador para público escarnio, o una de esas más de 200 webs que en nuestro país ganan mucho dinero mediante publicidad, servicios de pago y otros sistemas, siempre a costa del trabajo de otros.
Pues en Internet, copiar (sin el permiso del autor) sí es robar. En la Red no te hace falta sustraer un original para que un creador se quede sin nada, basta con quitarle al original todo su valor económico, difundiendo millones de copias. Copias que nunca son gratis. Pagas por el uso de la Red (más de un 20% más cara que en el resto de Europa), pagas por los sistemas de descarga (muchos de ellos, además, curiosamente protegidos por derechos de autor), pagas por los servicios Premium, pagas por el uso de la tecnología no por los contenidos que esta te ayuda a disfrutar. Quienes abogan por la "libertad" y la "gratuidad" en la Red, en realidad, defienden el lucrativo negocio de quienes no pagan por los contenidos con los que intermedian.
Sin embargo, coincido con los que defienden que esta reforma no solucionará los problemas de la industria cultural, abocada a un profundo cambio de modelo de negocio. Francamente, impedir la venta fraudulenta de música por la Red no ayudará a la recuperación del CD. En mi opinión, la Red, con descargas legales o ilegales, ya ha cambiado el hábito de los consumidores y los CD a 22 euros pronto pasarán a ser objeto de coleccionistas, como los vinilos.
Pero no es el CD lo que hay que salvar, sino los incentivos de una comunidad para crear buena música y es buena música lo que reclaman insistentemente millones de personas cuando navegan por Internet. Y para atender la mayor demanda de consumo cultural que ha existido nunca, discográficas, editoras y productoras saben que solo hay un camino: adaptar la oferta legal a las enormes potencialidades de la Red.
En España y en otros países tenemos buenos ejemplos de nuevos modelos de comercialización de contenidos legales en Internet, algunos de pago, otros gratuitos, pero todos ellos ruinosos. Y esto es así, entre otros motivos, porque no pueden competir con las webs que difunden los mismos contenidos de forma ilícita, sin pagar impuestos ni derechos a sus creadores. Lo que la ley Sinde pretende es, simplemente, evitar esa competencia desleal.
Es falso que exista un debate entre propiedad intelectual y libertad. Sin libertad no hay creación ni propiedad intelectual, y quien defiende los abusos no defiende la libertad, sino los privilegios (sean estos tecnológicos o de casta). Es lícito pretender cambiar la actual protección de la propiedad intelectual, no lo es hacerlo apoyándose en quien abusa de ella para hacer beneficios a costa de terceros.
"En la Red todo va bien", argumentan los que se oponen a la reforma, "cambien todo lo demás". En la Red ganan dinero las operadoras y las empresas de intermediación, y lo pierden quienes crean contenidos porque "no se adaptan a las nuevas reglas de juego". "Manda el usuario", dicen, cuando en realidad manda quien alquila el cable, vende el software y logra posiciones dominantes que impiden la competencia. Estos nuevos "progresistas" se parecen mucho a los viejos conservadores cuando, además, recurren con insistencia a las viejas partidas de linchamiento (ahora virtuales, pero muy al estilo medieval) contra todo aquel que relativiza el credo tecnológico.
El Gobierno (ahora con el apoyo del PP y CiU) no se enfrenta a un dilema electoral entre jóvenes o el mundo de la cultura. Falso simplismo, cada cual,, como siempre, votará por mil factores. La ley Sinde no criminaliza a los usuarios de la Red, persigue a quien abusa, oculto tras la tecnología o el anonimato, del trabajo, curiosamente siempre intelectual, de otros.
Si la Ley de Propiedad Intelectual requiere cambios, que se hagan y que se apliquen por igual en la Red y fuera de ella. No es el momento de ajustar cuentas con el Gobierno o las entidades de gestión, nos enfrentamos a un problema que no admite demoras, ni seguir mirando hacia otro lado, pues una sociedad que acostumbra a sus jóvenes a pagar por la tecnología y a despreciar el valor económico de la cultura es una sociedad que, irreversiblemente, se empobrece.

Joan Navarro es sociólogo, ex director de la Coalición de Creadores y vicepresidente de Asuntos Públicos de Llorente y Cuenca.

sábado, 15 de enero de 2011

LA DEMOCRACIA, EL VELO Y LA TOLERANCIA


Hasta hace poco el conocimiento que teníamos del multiculturalismo se reducía a la oferta gastronómica. Muchos de nosotros somos multiculturalistas activos por la parte del estómago. Nos gusta comer hindú, chino, marroquí, griego, tai y amerindio. Como alrededor de una mesa bien provista la gente tiende a entenderse, podemos llegar a pensar que la democracia es también esa gran mesa donde se sirven sin tasa derechos, libertades y oportunidades. Pero resulta que hay códigos alimentarios distintos y también gentes que rechazan algunos de los platos morales y políticos de la democracia.
El multiculturalismo es una ideología ampliamente aceptada. Procede del elogio de la diferencia. Su fondo es que cada uno y cada grupo posee características propias que enriquecen al conjunto. Por lo mismo no cabe impedir ninguna de ellas. Como a la vez nuestra ontología actual es individualista, a este aceptar todo sólo le ponemos una condición: que nadie sea obligado a hacer algo que no desee. Pero si una práctica no compartida cuenta con el asentimiento de quien la realiza se supone que debemos darla por buena.
Una niña quiere ponerse velo para estar en su casa. A nadie se le ocurriría afeárselo. Lo privado es privado. Cada quien en su privacidad es monarca. También quiere usarlo para ir por la calle. Consecuencia: la ciudad presentará más variedad cosmopolita. Para ir a la escuela. Aparece el límite y se produce el problema.
Se supone que la educación prima; es un derecho constitucional. Y existe además un implícito: que se eduque la niña con pañoleta para que luego pueda quitársela si quiere. Lo segundo es, como poco, impredecible. Lo primero una incongruencia con otros principios igualmente respetables en nuestra convivencia. Si esa pañoleta es un signo religioso, está de más en un espacio público. Porque las religiones son incompatibles surgió la primera forma de la idea de tolerancia. Holanda en el siglo XVII consagró el principio de que "cada ciudadano debe ser libre de observar su religión y que nadie puede ser molestado o interrogado por causa de su culto". Esto es, el Estado se hacía superior a las religiones y las declaraba privadas. El Estado aseguraba que las haría convivir sin que entre ellas se agredieran; en espacios distintos, naturalmente. Impedía el fundamentalismo.
Porque no es fundamentalismo creer mucho y con gran vehemencia lo que uno crea, sino pensar que la religión es una verdad tan perfecta que debe organizar el mundo completo, incluida la política. Es más, que la religión es mejor, de más calidad que cualquier otro espacio común. El fundamentalismo quiere organizar toda vida y convivencia.
La democracia ha ido inventando y trazando una larga serie de normas y valores comunes que son obligados para mantener la eficiencia y el civismo. La educación, que es deber del Estado proporcionar y derecho de todo ciudadano y ciudadana adquirir, también es en los últimos tiempos una obligación: las familias pueden ser vigiladas por el Estado para que cumplan con ella, hasta el punto de que a quienes no escolarizaran a sus hijos, incluso se les podría quitar nada menos que la tutela de ellos. Ni algo tan fuerte como que mis hijos son mis hijos está fuera del alcance de esa instancia común y los poderes que le hemos dado.
Como el Estado no apoya a ninguna religión, sino que las protege a todas, en sus espacios, los públicos, incluidos los educativos, no debe haber signos religiosos. Nos parecería raro y hasta enfermo que un alumno insistiera en portar un crucifijo -de tamaño, pongamos, de una cabeza humana-, posarlo en su pupitre y procesionarlo durante los recreos. Puede hacer eso, si lo tiene por gusto, en privado, o en su templo. Los espacios definidos como públicos, en los que por ende se transmiten los valores que hacen posible la convivencia plural, no deben ser espacios de contienda. El Estado tiene, por deber de tolerancia, la obligación de mantenerlos libres de prácticas sectarias.
Pero si esa pañoleta es además una marca sobre la moral particular que deben seguir las mujeres, una marca a su vez privativa de unas creencias particulares, está fuera de cuestión darle legitimidad. La igualdad entre los sexos es principio constitucional de la mayor envergadura. No se tolerará la discriminación contra las mujeres. ¡Pero la niña quiere serlo! Su padre también acuerda. Y su comunidad de encuadre. Su religión y su cultura le marcan un papel porque es mujer, con el que ella y los suyos están de acuerdo. Ella es un ser con deberes especiales, la decencia sexual y la obediencia que significa de ese modo. Pues bien, podemos ir a comer la comida del vecino, pero difícilmente podemos creer, de vez en cuando, lo que cree el vecino; aquí no hay caso de alegría por la diferencia. Cuanto más que la libertad actual de las mujeres se ha construido al abolir tales marcas.
En fin, la libertad individual no es ni puede ser el fundamento para una conducta que se tuvo que abandonar a fin de construirla; en nuestro caso la libertad ha sido la consecuencia del rechazo de ese injusto y arcaico orden.


Amelia Valcárcel, catedrática de Filosofía Moral y Política de la UNED, es miembro del Consejo de Estado.

AMISTAD CÍVICA


Las sociedades para prosperar, según Aristóteles, necesitan leyes e instituciones justas, gobernantes prudentes y jueces honestos, pero también un ingrediente sin el que la vida pública no funciona con bien: la amistad cívica.

En España parece que si unos dicen "blanco" los otros han de decir "negro."
La amistad cívica no consiste en que los ciudadanos se vayan de tapas, porque éstas son cosas que se hacen con los amigos corrientes, con ésos a los que, según el diccionario, se tiene afecto personal desinteresado que se fortalece con el trato. La amistad cívica sería más bien la de los ciudadanos de un Estado que, por pertenecer a él, saben que han de perseguir metas comunes y por eso existe ya un vínculo que les une y les lleva a intentar alcanzar esos objetivos, siempre que se respeten las diferencias legítimas y no haya agravios comparativos.

Cuáles son esas metas comunes es fácil de aclarar. En el orden global, en que los Estados deberían estar comprometidos, erradicar el hambre y la pobreza extrema y los restantes Objetivos del Milenio son una orientación suficiente. En este sentido, es una buena noticia que España haya aumentado la ayuda al desarrollo, y no hay sino que progresar al máximo. En lo que se refiere al orden interno del Estado, bregar por la educación de calidad, la atención sanitaria eficiente y buena, el trabajo estable, y por hacer realidad que todos los ciudadanos puedan expresar sus ideas libremente, siempre que no atenten contra la libertad y la vida de otros, son metas suficientes para vincular a las personas en una tarea común.

Y, sin embargo, no parece que ese vínculo amistoso exista en nuestro país. Las últimas elecciones generales, endurecidas como pocas, han generado la sensación de una ciudadanía enfrentada en la solución de cada uno de los problemas comunes, como si para cada tema hubiera dos bandos: si unos dicen "blanco", los otros han de decir "negro". Las razones para cada posición parecen en principio irrelevantes, porque después ya vienen los "argumentadores" oficiales, que diseñan argumentarios para sostener hasta lo insostenible. Se divide entonces la ciudadanía en bandos, que parecen ser irreconciliables.

Cuando en realidad es mucho más lo que les une que lo que les separa. Cuando no se construye una vida pública justa desde la enemistad, porque entonces falta la argamasa que une los bloques de los edificios, falta la "mano intangible" de la amistad cívica. Junto a la mano visible del Estado y la presuntamente invisible del mercado, es necesaria la mano intangible de la amistad entre ciudadanos que se saben artesanos de una vida común.

Esto no significa abolir la diversidad y generar una sociedad de individuos homogéneos, porque existen diferencias de capacidades, de creencias religiosas, de sensibilidad política, de tendencia sexual, y tantas otras que componen una "ciudadanía compleja", y no la ciudadanía simple, sin atributos, sin carne ni sangre humanas, que no existe más que en las mentes totalitarias.

Los grupos que luchan por el reconocimiento de las diferencias son un factor de progreso y, si las sociedades quieren ser justas, han de articular esas diferencias, siempre que sean legítimas; una tarea de orfebrería, que no tiene éxito si no hay voluntad de respetarlas desde las distintas partes. Para eso se necesita la amistad cívica de quien no ve en el otro un enemigo a abatir, sino un igual con el que hay que resolver con justicia los problemas comunes.

Por desgracia, hay gentes que ganan creando discordia. Otras, anestesiadas, a las que importan los problemas sólo cuando les afectan -"ahora vienen a por mí, pero ya es demasiado tarde"-. Otras, cuyas pretensiones legítimas no se ven reconocidas, y éstas son las excluidas. Otras empeñadas en hacer creer que sus pretensiones son las más importantes y que nunca se les hace justicia. Son las que utilizan el victimismo como herramienta para convertir sus deseos en prioridades frente a las necesidades de otros. Es lo que ocurre en esos lugares con bonanza económica y social, donde no hay ninguna razón para reprimir a quienes no piensan igual, mucho menos para matar por la independencia. A la hora de reclamar el derecho a la diferencia hay que ponerlo en sus justos términos.

La amistad -decía Aristóte-les- es lo más necesario para la vida; sin amigos nadie querría vivir, aunque poseyera todos los demás bienes. Y parece -añadía- que es la amistad cívica la que mantiene unidas a las ciudades.

Adela Cortina es catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia.