lunes, 16 de mayo de 2011

El viejo que leía novelas de amor






















El alcalde, único funcionario, máxima autoridad y representante de un poder demasiado lejano como para provocar temor, era un individuo obeso que sudaba sin descanso.
Decían los lugareños que la sudadera le empezó apenas pisó tierra luego de desembarcar del Sucre, y desde entonces no dejó de estrujar pañuelos, ganándose el apodo de la Babosa.
Murmuraban también que antes de llegar a El Idilio estuvo asignado en alguna ciudad grande de la sierra, y que a causa de un desfalco lo enviaron a ese rincón perdido del oriente como castigo. Sudaba, y su otra ocupación consistía en administrar la provisión de cerveza. Estiraba las botellas bebiendo sentado en su despacho, a tragos cortos, pues sabía que una vez terminada la provisión la realidad se tornaría más desesperante.
Cuando la suerte estaba de su parte, podía ocurrir que la sequía se viera recompensada con la visita de un gringo bien provisto de whisky. El alcalde no bebía aguardiente como los demás lugareños. Aseguraba que el Frontera le provocaba pesadillas y vivía acosado por el fantasma de la locura. Desde alguna fecha imprecisa vivía con una indígena a la que golpeaba salvajemente acusándola de haberle embrujado, y todos esperaban que la mujer lo asesinara. Se hacían incluso apuestas al respecto.
Desde el momento de su arribo, siete años atrás, se hizo odiar por todos. Llegó con la manía de cobrar impuestos por razones incomprensibles. Pretendió vender permisos de pesca y caza en un territorio ingobernable.
Quiso cobrar derecho de usufructo a los recolectores de leña que juntaban madera húmeda en una selva más antigua que todos los Estados, y en un arresto de celo cívico mandó construir una choza de cañas para encerrar a los borrachos que se negaban a pagar las multas por alteración del orden público.
Su paso provocaba miradas despectivas, y su sudor abonaba el odio de los lugareños. El anterior dignatario, en cambio, sí fue un hombre querido. Vivir y dejar vivir era su lema. A él le debían las llegadas del barco y las visitas del correo y del dentista, pero duró poco en el cargo.
Cierta tarde mantuvo un altercado con unos buscadores de oro, y a los dos días lo encontraron con la cabeza abierta a machetazos y medio devorado por las hormigas.

(Luis Sepúlveda. Un viejo que leía novelas de amor)

ORIENTACIONES PARA EL COMENTARIO

El fragmento para el comentario que se nos propone pertenece a la obra “Un viejo que leía novelas de amor”, que constituye un texto literario de género narrativo. Su autor, Luis Sepúlveda, nacido en Chile en 1949, es un destacado novelista del post-boom de la literatura hispanoamericana, aunque también ha cultivado otros géneros como la poesía y el cuento.
En esta obra, galardonada con el premio Tigre Juan y traducida a catorce idiomas, nos presenta la historia de Antonio José Proaño, un anciano solitario que, después de haber pasado largos años conviviendo con los indígenas shuar, quienes llegaron a considerarlo uno de los suyos, conoce todos los secretos de la selva amazónica. Sin embargo, su territorio se encuentra ahora amenazado por la llegada del hombre blanco y por la destrucción cruel y ciega que éste trae consigo. Podríamos considerar que la denuncia ecologista de la destrucción de la Amazonia es un tema presente a lo largo de toda la obra, y que el autor sabe tratar de forma magistral en la creación de ambientes, situaciones y personajes.

La historia se desarrolla a principios del siglo XX, aunque la narración, en ocasiones, se basa en los recuerdos o hechos pasados que vienen a la mente del protagonista, y que explican algunos de los acontecimientos importantes en la historia. El narrador es omnisciente, es decir, conocedor de los hechos de forma total y absoluta, sabiendo en cada instante, lo que piensan y sienten los personajes. (Sería conveniente apoyar estas afirmaciones con ejemplos extraídos del fragmento o de otros pasajes del libro)

Podría hacerse una valoración de los personajes en función de su caricaturización según su comportamiento en relación con el respeto a la naturaleza, tan presente a lo largo del libro. Así tenemos dos grupos:

-Aquéllos que respetan la naturaleza y valoran su conservación: Proaño, Loachamín (el dentista), Nushiño y la tigrilla ( que es realmente un personaje fundamental en la trama de la novela, por ser el único que presenta un valor simbólico, es decir, podría ser visto como la naturaleza invadida por la civilización, que tiene un final trágico)

-Personajes que suponen la destrucción de la naturaleza: Este grupo estaría formado por el Alcalde, personaje descrito en este fragmento, y los gringos y cazadores, considerados como ambiciosos y estúpidos.

En cuanto al alcalde, personaje al que está dedicado este pequeño texto, podríamos decir que es el antagonista a Antonio José Bolívar Proaño, protagonista de esta obra, conocedor y amante de la Amazonia y los shuar. El Alcalde, por el contrario, es retratado como un ser despreciable, tanto física como moralmente, que no hace más que complicar la trama. Es un personaje gordo, odiado por todos, que llega a “El Idilio” con la pretensión de ganar dinero. Es, además, símbolo de la "civilización" blanca, completo desconocedor de las costumbres y usos de la zona, y que pretende ejercer la autoridad en un “territorio ingobernable”. La caracterización del personaje –obeso, sudoroso- ya nos da a entender el desprecio que provoca entre los lugareños; pero se trata de un desprecio recíproco, mayor si cabe por parte del alcalde, que se basa en la consideración de que los indios son seres incivilizados.

Esta idea, que podríamos afirmar se encuentra establecida en la cultura occidental desde la llegada de Colón a América, es precisamente la que se plantea invertir Luis Sepúlveda con este relato. El conflicto entre civilización y barbarie, la progresiva desvinculación del desarrollo de la razón con la naturaleza, los sentidos y el instinto aparecen representados en la novela por unos colonizadores que se entremeten en un mundo del que nada conocen y al que nada deben, alterando a su paso el equilibrio antes tan bien atesorado. Los habitantes de la selva, por su parte, aparecen pasivos ante un poder invencible que, de hecho, terminará acabando con ellos.

No se trata de un tema imaginario: la novela indigenista americana, vertiente dentro de la que podemos encuadrar esta obra, constituye un extraordinario medio de denuncia a ese “progreso” que ya ha acabado con más de un sesenta por ciento de la selva amazónica, y ante todo, un canto al amor por la naturaleza.

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